Saludo de bienvenida

Soy Patricia Bertacchi, autora del diseño y los contenidos de este espacio. Aquí encontrarán un lugar donde refugiarse entre mis pasiones y sentimientos, que bien podrían ser los mismos de ustedes, tomando forma en poemas, cuentos, fotografías, opiniones y comentarios, artículos del Rincón Gastronómico de la Revista C&A Carnes y Alimentos, lecturas, crónicas de viajes y hasta alguna receta. Bienvenidos a mi hogar virtual!

jueves, 14 de julio de 2011

Cuento: India


India


Cae la noche, llueve y el frío es implacable. India cierra las cortinas de su dormitorio. Agrega más leña a la estufa para que el calor la acompañe durante la madrugada, cuando vuelva a cargarla para no sentir el aire helado en la habitación.
Se apoya a los pies de la cama,  sobre el acolchado blanco de plumas y almohadones de distintos tamaños y formas. Deja sentirse mullida, cálida y sensual. Pierde su mirada viendo como las chispas de la leña que comienza a encender, golpean contra el chispero y las llamas cobran mayor tamaño. Forman como lenguas afiladas en su punta que adormecen los sentidos, los tranquilizan y los despiertan. Se siente extasiada con los movimientos ondulantes del fuego que le resultan una caricia para ese momento. Toda la habitación se tiñe de color rojizo y la temperatura ahora es muy agradable. El olor a la leña quemada le aporta al ambiente cierto aroma a mentoles, maderas y humo. Las sombras  de los objetos en el ambiente, quedan estampadas en las paredes de la habitación formando figuras difusas.
La calidez de India, en su bata de abrigo blanca y el cabello recogido con una pinza, que deja caer algunos rizos de su cabellera rubia,  le dan una sensualidad insuperable. Desata con delicadeza el lazo que lleva a la cintura y deja que se abra. Lleva un camisón liviano que permite imaginar su silueta, los distintos tonos de su piel, sus cumbres y sus valles. Mira a través de la estilizada copa de cristal el color del vino, es rojo violáceo, es intenso. Bebe y siente la suavidad y el volumen de la bebida en su boca. Lo registra aterciopelado, apenas enfriado para contrastar temperaturas. No hay aristas. No hay astringencias. Vuelve a beber y esta vez permite que el vino recorra en remolinos toda su boca, refrescando sus labios al primer contacto y sorprendiéndose luego con su redondez, que entibia sus tejidos suaves y húmedos, antes de tragar. Toma un bombón que hay sobre la mesa de noche, lo ubica sobre su lengua y lo lleva contra su paladar, deslizándolo de un lado a otro, masajeándolo, mientras este se derrite lentamente cubriendo su mucosa de sensaciones tibias, lisas y sedosas. Disfruta plenamente este momento. Entre las luces del fuego y el calor que desprende la leña, retira la bata, se tiende y mira hechizada la belleza de tanta armonía. Puede escuchar la lluvia, el mar a metros de la casa, ruge bravío. Se siente confortable en su refugio de la playa. Todo enciende sus sentidos. Todo deja la vaina de sus nervios al desnudo, percibiendo todas las sensaciones que se van mostrando.

Acomoda unas almohadas en su espalda y descansa. Uno de sus brazos está por debajo de ellas y su otra mano comienza a recorrer suavemente las delicadas sábanas blancas. Se siente como la piel. El ondular del capitoneado del somier que percibe por encima de las sábanas, parece el relieve de una figura humana.
Sigue deslizando ligeramente sus manos por toda la superficie y con cierta pereza, roza una almohada que está a su lado, continúa acariciándola, apretándola entre sus dedos, sintiéndola como ocupa toda su mano, como se escurre el volumen entre cada uno de sus dedos. En la oscuridad cálida del ambiente, atrae otra almohada hacia sí y la oprime fuertemente contra su cuerpo, logrando sentir en su abdomen y sus pechos desnudos la suavidad de las telas y el peso de la misma. Una mano se pega  a la otra y se entrelazan entre sí, entendiendo que se han encontrado finalmente. Se acarician, sienten tibieza, el dorso, la palma, los pliegues, los nudillos, los dedos uno a uno son acariciados, como si pertenecieran a otra persona.
Los labios, recorren la  tersura de la almohada percibiendo su propio aliento caliente que pega contra las plumas del relleno y le devuelven más calor a su garganta. Mientras, sus mejillas se apoyan sutilmente sobre la almohada y sus pies, se escurren entre las telas, buscando sentir el delicado contacto con sus piernas, ese contacto que imagina sea la otra piel tan anhelada.

Su cabello se ha soltado, sus ondas ensortijadas se ven hermosas, largas, brillantes y sueltas sobre un almohadón, donde su cabeza cae de costado, casi colgando.  Hurga inquieta con su mano sintiendo una parte casi húmeda de la cama, por el frío que aún conserva el lugar vacío. Esa humedad se siente familiar, aproxima su rostro a la almohada fría, causándole cierto placer esa diferencia de temperaturas. Registra las distintas tramas del broderie, casi como una insipiente barba en las mejillas fuertes y cuadradas, varoniles y rústicas.  Desliza sus dedos entre el diseño de las motitas del bordado, creyendo dibujar la nariz, los ojos, el relieve del perfil del rostro masculino. Toca los labios y besa cada uno de ellos, quedando entre los suyos la tersura del algodón húmedo por la secreción de su boca. Suspira ahogada. Se estremece, dejándose llevar por la pasión y el fuego que siente en su piel. El sonido de la leña que arde, se confunde con unos pasos. Vuelve su cabeza hacia la luz que da el fuego y en la puerta logra ver la figura varonil. El fuego ilumina sus ojos color musgo que la observan en silencio, aún mojado por la lluvia. Camina hacia la estufa, quita sus botas  y ella le sonríe con dulzura. Lo llama por su nombre casi en un susurro, Facundo y sin perder la delicadeza y magia de esa sensualidad que impregna la noche, abre el acolchado y lo invita a entrar con un gesto encantador. Facundo le sonríe con travesura y se pierde en los brazos de su amor.