India
Cae la noche,
llueve y el frío es implacable. India cierra las cortinas de su dormitorio.
Agrega más leña a la estufa para que el calor la acompañe durante la madrugada,
cuando vuelva a cargarla para no sentir el aire helado en la habitación.
Se apoya a los
pies de la cama, sobre el acolchado
blanco de plumas y almohadones de distintos tamaños y formas. Deja sentirse
mullida, cálida y sensual. Pierde su mirada viendo como las chispas de la leña
que comienza a encender, golpean contra el chispero y las llamas cobran mayor
tamaño. Forman como lenguas afiladas en su punta que adormecen los sentidos,
los tranquilizan y los despiertan. Se siente extasiada con los movimientos
ondulantes del fuego que le resultan una caricia para ese momento. Toda la habitación
se tiñe de color rojizo y la temperatura ahora es muy agradable. El olor a la
leña quemada le aporta al ambiente cierto aroma a mentoles, maderas y humo. Las
sombras de los objetos en el ambiente,
quedan estampadas en las paredes de la habitación formando figuras difusas.
La calidez de
India, en su bata de abrigo blanca y el cabello recogido con una pinza, que
deja caer algunos rizos de su cabellera rubia,
le dan una sensualidad insuperable. Desata con delicadeza el lazo que
lleva a la cintura y deja que se abra. Lleva un camisón liviano que permite
imaginar su silueta, los distintos tonos de su piel, sus cumbres y sus valles.
Mira a través de la estilizada copa de cristal el color del vino, es rojo
violáceo, es intenso. Bebe y siente la suavidad y el volumen de la bebida en su
boca. Lo registra aterciopelado, apenas enfriado para contrastar temperaturas.
No hay aristas. No hay astringencias. Vuelve a beber y esta vez permite que el
vino recorra en remolinos toda su boca, refrescando sus labios al primer
contacto y sorprendiéndose luego con su redondez, que entibia sus tejidos
suaves y húmedos, antes de tragar. Toma un bombón que hay sobre la mesa de
noche, lo ubica sobre su lengua y lo lleva contra su paladar, deslizándolo de
un lado a otro, masajeándolo, mientras este se derrite lentamente cubriendo su
mucosa de sensaciones tibias, lisas y sedosas. Disfruta plenamente este
momento. Entre las luces del fuego y el calor que desprende la leña, retira la
bata, se tiende y mira hechizada la belleza de tanta armonía. Puede escuchar la
lluvia, el mar a metros de la casa, ruge bravío. Se siente confortable en su
refugio de la playa. Todo enciende sus sentidos. Todo deja la vaina de sus
nervios al desnudo, percibiendo todas las sensaciones que se van mostrando.
Acomoda unas
almohadas en su espalda y descansa. Uno de sus brazos está por debajo de ellas
y su otra mano comienza a recorrer suavemente las delicadas sábanas blancas. Se
siente como la piel. El ondular del capitoneado del somier que percibe por
encima de las sábanas, parece el relieve de una figura humana.
Sigue deslizando
ligeramente sus manos por toda la superficie y con cierta pereza, roza una
almohada que está a su lado, continúa acariciándola, apretándola entre sus
dedos, sintiéndola como ocupa toda su mano, como se escurre el volumen entre
cada uno de sus dedos. En la oscuridad cálida del ambiente, atrae otra almohada
hacia sí y la oprime fuertemente contra su cuerpo, logrando sentir en su
abdomen y sus pechos desnudos la suavidad de las telas y el peso de la misma.
Una mano se pega a la otra y se
entrelazan entre sí, entendiendo que se han encontrado finalmente. Se
acarician, sienten tibieza, el dorso, la palma, los pliegues, los nudillos, los
dedos uno a uno son acariciados, como si pertenecieran a otra persona.
Los labios,
recorren la tersura de la almohada
percibiendo su propio aliento caliente que pega contra las plumas del relleno y
le devuelven más calor a su garganta. Mientras, sus mejillas se apoyan
sutilmente sobre la almohada y sus pies, se escurren entre las telas, buscando
sentir el delicado contacto con sus piernas, ese contacto que imagina sea la
otra piel tan anhelada.
Su cabello se ha
soltado, sus ondas ensortijadas se ven hermosas, largas, brillantes y sueltas
sobre un almohadón, donde su cabeza cae de costado, casi colgando. Hurga inquieta con su mano sintiendo una
parte casi húmeda de la cama, por el frío que aún conserva el lugar vacío. Esa
humedad se siente familiar, aproxima su rostro a la almohada fría, causándole
cierto placer esa diferencia de temperaturas. Registra las distintas tramas del
broderie, casi como una insipiente barba en las mejillas fuertes y cuadradas,
varoniles y rústicas. Desliza sus dedos
entre el diseño de las motitas del bordado, creyendo dibujar la nariz, los
ojos, el relieve del perfil del rostro masculino. Toca los labios y besa cada
uno de ellos, quedando entre los suyos la tersura del algodón húmedo por la
secreción de su boca. Suspira ahogada. Se estremece, dejándose llevar por la
pasión y el fuego que siente en su piel. El sonido de la leña que arde, se
confunde con unos pasos. Vuelve su cabeza hacia la luz que da el fuego y en la
puerta logra ver la figura varonil. El fuego ilumina sus ojos color musgo que
la observan en silencio, aún mojado por la lluvia. Camina hacia la estufa,
quita sus botas y ella le sonríe con
dulzura. Lo llama por su nombre casi en un susurro, Facundo y sin perder la
delicadeza y magia de esa sensualidad que impregna la noche, abre el acolchado
y lo invita a entrar con un gesto encantador. Facundo le sonríe con travesura y
se pierde en los brazos de su amor.